martes, julio 1, 2025
COLUMNA DE OPINION

CUANDO LA POLÍTICA SE JUDICIALIZA, LA DEMOCRACIA SE DEBILITA

Por Claudia Barahona Chang, publicista y miembro de la Comisión Política del Partido Socialista de Chile

Vivimos tiempos complejos, a nivel global como nacional. La desconfianza, la polarización y la desinformación avanzan como niebla espesa, amenazando los cimientos de los pactos democráticos. Hoy más que nunca debemos afirmar con claridad una convicción profunda: cuando la política se judicializa, la democracia se debilita.

No hablamos de impunidad ni de evasión de responsabilidades. Muy por el contrario: es primordial los procesos judiciales justos, transparentes y libres de toda instrumentalización. La justicia no puede ni debe convertirse en una herramienta útil para eliminar adversarios ni para manipular el debate público. Cuando eso ocurre, dejamos de tener una democracia plena y nuestra sociedad empieza a transitar caminos peligrosos, donde lo judicial suplanta lo político y la sospecha reemplaza al diálogo.

Necesitamos instituciones sólidas, autónomas, comprometidas con el bien común y no con intereses mezquinos o circunstanciales. Necesitamos liderazgos valientes, éticos que den la cara ante la ciudadanía sin temor, pero sin que sean neutralizados por operaciones judiciales disfrazadas de legalidad.

La historia nos ha enseñado que las democracias no siempre mueren con golpes militares. A veces se apagan lentamente, desde dentro, cuando se normaliza el populismo autoritario, se celebran las persecuciones políticas o se entrega el poder a quienes prometen orden sin libertad. La judicialización de la política es una de las formas más sutiles y peligrosas de debilitar la democracia desde sus propias reglas.

En Chile, tenemos una oportunidad concreta de reafirmar nuestra vocación democrática: las primarias del 29 de junio. No da lo mismo quién nos represente. No da lo mismo cómo se llega al poder, ni mucho menos con qué principios se ejerza. Por ello, es fundamental la participación, que votemos con memoria, con conciencia histórica y con esperanza en el futuro.

Debemos defender una política de convicciones, enraizada en la historia de luchas democráticas, y proyectada hacia un país más justo e inclusivo. El Chile que soñamos no se construye desde la trinchera judicial ni desde la manipulación comunicacional, sino desde la participación libre, informada y comprometida de cada ciudadano y ciudadana.

La democracia es frágil, pero poderosa cuando tiene el respaldo activo de su pueblo. Hoy debemos alzar la voz no solo para defenderla, sino para fortalecerla frente a quienes, disfrazados de legalismo o promesas fáciles, intentan vaciarla de contenido.

El compromiso es con la democracia, siempre. Quien gobierne Chile debe hacerlo con legitimidad, con respaldo popular y con un proyecto claro que represente el bien común, no la revancha ni la manipulación.

 

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